martes, 23 de julio de 2013

CLAUDIA






Abrió el paraguas al salir del edificio. Agradeció su precaución de dejar uno en el despacho para posibles eventualidades.
Era tarde y llovía generosamente. Pensó en llamar a Claudia, pero probablemente ya estaría dormida.
La reunión se había alargado más de lo previsto. Decidió que lo mejor que podía hacer era dirigirse a su casa, darse una ducha, que arrastrase parte del cansancio acumulado en aquella larga jornada, preparar algo de cena e irse a la cama.
Estaba agotado, las preocupaciones del día empezaban a pasarle factura.

A sus cuarenta y cinco años, era un hombre apuesto y lo sabía. Tenía un porte y una elegancia innatos, una holgada posición económica y a alguien con quien compartir sus sueños.
Se dio cuenta de que iba por la calle sonriendo tontamente. Lo cierto es que se sentía moderadamente feliz.

Sintió como de pronto alguien apretaba su hombro izquierdo.
-Vamos, muévete- oyó que le decían.
Conteniendo la respiración, quiso averiguar a quien pertenecía la mano que seguía aferrada a su hombro.
-Te lo digo cada día, no puedes estar a estas horas al lado de la puerta-

Cuando acertó a abrir los ojos y tropezarse con la más cruda realidad, alcanzó a ver el balcón de la vivienda de Claudia.
Desde que ocurriera la tragedia, deambulaba por las calles sin ningún sentido, pero cada noche, sus pasos le guiaban de nuevo hasta el portal que estaba frente al edificio donde nacían y morían todos sus recuerdos.

-Vamos, muévete- le repitió aquella voz nuevamente.
Por fin, alcanzó a despejarse un poco y se dispuso a recoger sus pertenencias.
No tardó demasiado en hacerlo; El tiempo que se tarda en doblar una manta raída y cochambrosa.
Llevaba todas sus posesiones consigo.

En silencio, avanzó por la avenida, sin saber muy bien hacia donde encaminarse, hacia donde llevar aquél dolor que le laceraba desde hacía algún tiempo.
Se palpó el bolsillo de la chaqueta y escuchó el leve tintineo de unas monedas.
Se alegró al comprobar que había lo suficiente, para comprar otra noche de olvido.

viernes, 5 de octubre de 2012

LA NOTICIA


























Acababan de dar las doce. A veces, cuando la noche estaba clara y la luna se contoneaba en el cielo, podía ver desde allí el campanario.
Le gustaba asomarse a la ventana y ver como anunciaban el final del día y el comienzo de otro, mientras se fumaba el último cigarrillo.

Pero esa noche no estaba clara, y tampoco estaba de humor para entretenerse en contar las campanadas.

Ese día le habían dado los resultados de las pruebas que le habían hecho recientemente.
Todavía estaba intentando digerir la noticia.
Siempre había pensado que esas cosas les ocurren a otros, pero no a ella, no ahora, no en este momento en que la vida parecía sonreirle.

Se quedó pensando durante unos minutos, que a lo mejor la vida no le sonreía, a lo mejor tan solo estaba haciéndole muecas y mostrándole todo lo que estaba a punto de perder.

Aparentemente estaba en su mejor momento. A punto de cumplir los cincuenta, estaba segura de que tenía la edad perfecta.
Tenía una visión clara de lo que quería para su vida, pero sobre todo, era consciente de lo que no quería.

Había dejado atrás un matrimonio, que durante algún tiempo al menos, fue dichoso, pero que los años convirtieron en una costumbre a la que ella no quería acostumbrarse.
Le costó varios años dar el paso de abandonar a su marido. No tenía argumentos tangibles para dejarlo.
Siempre lo quiso, desde que se conocieron, lo amó profundamente, pero siempre supo que él, simplemente se dejaba querer.
Al principio intentó que eso cambiara. Le dolía que él olvidara las fechas importantes, pero siempre pensó que con su amor conseguiría que fuese más atento.
Se equivocó. Pero para cuando se quiso dar cuenta, la que había cambiado era ella.
Fue dejando de ser cariñosa, comenzó a olvidar los aniversarios, los cumpleaños, el afecto y hasta decidió olvidarse de si misma; de lo que quería o necesitaba.
Si conseguía distanciarse lo suficiente, su vida sería más sencilla.
Si conseguía distanciarse lo suficiente...
Fue tanta la distancia que se instaló entre ellos, que hubo un momento, que ya no tuvieron nada que decirse.
Hacía mucho tiempo que ambos se habían dado cuenta, pero estaban confortablemente sumergidos en la rutina.

Una mañana se levantó, pensando que había llegado la hora de tomar decisiones.
Se despidieron como dos desconocidos. Sin peleas ni gritos. Simplemente, se dijeron adiós.

Encendió otro cigarrillo e inhaló el humo hasta llenar sus pulmones. ¡Qué mas da! -pensó-
después de todo, no será el tabaco lo que me mate.

Recordaba su matrimonio, como un paréntesis en su vida, un largo paréntesis de casi treinta años.
Ahora se preguntaba como había desperdiciado el tiempo de aquella manera.
Pero ya era tarde, demasiado tarde.

Nunca había temido a la muerte, incluso en alguna ocasión, secretamente, la había deseado.
Dormirse y no volver a despertar...

Pero ahora estaba aquí, llamando a su puerta, y sin embargo, no era miedo lo que sentía.
Era rabia. Una rabia tremenda contra ella misma y contra el mundo.

Le dolía que llegara justo en ese momento. Justo ahora, cuando había comenzado a encontrarse, a conocerse, cuando se había vuelto a enamorar y era correspondida.

No era un amor loco, como el de la juventud, pero era un amor profundo y sereno que hacía que sintiera que valía la pena vivir.
No era justo. No, no lo era. La vida no es justa y la muerte, tampoco.

INMA DIEZ

sábado, 25 de febrero de 2012

LAS MAÑANAS SOMBRÍAS

















"Que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre".
Un lento escalofrío recorrió la espalda de Ana al escuchar las últimas palabras del sacerdote en la boda de su hermana María.

Hacía tres años que ella misma había dado el " sí quiero" en esa misma ermita.
Entonces no hubiera pensado que los acontecimientos se sucederían de ese modo.

Tras un corto noviazgo con Mario, decidieron casarse una soleada mañana de verano.
Emprendieron una luna de miel que enseguida se transformó en una auténtica pesadilla para ella.
Llegó el primer insulto y la primera bofetada.
Vinieron las disculpas, las lágrimas y los perdones.

De regreso al hogar que había estado preparando con tanto esmero, las cosas no mejoraron.

Dejó de ser la mujer alegre que siempre había sido para convertirse en una persona huraña, preocupada de ocultar las marcas que los golpes dejaban sobre su cuerpo.

Al terminar la ceremonia de su hermana, los policías que la custodiaban, le indicaron que era hora de despedirse para regresar a prisión.
En silencio, montó en el coche que la llevaría a la celda que en ese momento, era todo su mundo.

Estaba tranquila, de alguna manera había encontrado la serenidad entre aquellas cuatro paredes.

El día que sucedió todo, había estado repasando el plan que tenía para terminar con todo aquello.
Sabía que él, nunca la dejaría marchar.
Se preparó para otra pelea, por cualquier motivo, por cualquier razón.

La cena estaba preparada, lo había organizado todo al mínimo detalle.
Mario no notaría ningún sabor extraño y se quedaría profundamente dormido.

Al sentir la llave en la cerradura de la puerta, instintivamente se puso a temblar.
Ahora era como una niña asustada, muy alejada de la que un día fué.
Le miró a los ojos y lo supo. Entendió que no podría evitar una nueva paliza.

Cuando quiso darse cuenta, estaba en el suelo y sintió en su vientre la patada furiosa.
Corrió a su habitación, esperando que no la siguiera.
Él se dirigió a la mesa, satisfecho por tenerlo todo dispuesto.
Se dio cuenta de que se estaba quedando dormido y decidió dirigirse a la cama.

Ella esperó pacientemente hasta asegurarse de que dormía y sacó el cuchillo nuevo y afilado, que había comprado para la ocasión.

Todo fue muy rápido y en solo unos instantes, había terminado con su pesadilla.
Se dijo que nada podía ser peor que aquello.

Se lavó las manos, se peinó y se dirigió a la comisaría más cercana.
Allí explicó lo que acababa de hacer.

Seis meses después, en una de las paredes de su celda podía leerse:


"Me pierdo enajenada en nuevos laberintos de colores
tal vez no sea tan tarde a fin de cuentas,
para vestir de azules, las mañanas sombrías"

INMA DIEZ (ESPAÑA)